Rumor de los dioses,
que en tus orígenes
brotas del estiércol,
encierras en tus cúpulas
la sabiduría indemne.
Naces de infantes estrellas negras,
que caen raudamente
de tus amarillentas bóvedas maternas
en un remolino de polvillo, excremento y agua.
Te extiendes en un manto pulcro,
blanco y resplandecido,
que acoge el crecimiento
de tu figura acampanada y pulcra.
Te transfiguras del negro al blanco
y del blanco al ámbar.
Mutas tu forma rastrera,
en una torrecilla coronada,
inexorablemente bella.
Pero jamás cambias tu esencia,
de sabia y pétrea naturaleza
que se expande cada vez,
cada vez que penetras el cuerpo de otro,
Cada vez que muestras al hombre
insensato, presuntuoso e ignorante,
la expansión abominable y certera
de la vida, la muerte y la tierra.
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